sábado, 25 de julio de 2009

Cuentito

Bueno, aquí un cuentito, no sabía si subirlo o no, pero me dije "Aunque sea una semanita, para quien lo lea y quiera, me deje alguna corrección constructiva o una mentada de madre" Así que aquí esta, ahí quien lo lea me dice si lo quito o si lo dejo.

Si se busca una manera de conocer cuál es el sentimiento que acude a mi al momento de matar es precisamente matando. Aquel escritor que llegó una noche a mi despacho lo preguntó y me hizo reír “¿De veras quieres saberlo?” sus cuencas castañas brillaron intensamente y asintió.

Fue culpa suya, siempre me han gustado las cosas brillantes. Accedí a decírselo mientras me ponía en pie e iba a cerrar la puerta de mi oficina, sitio tranquilo a esas horas de la noche. Me quité el saco del traje negro que portaba junto con la corbata, jugueteé con ella mirando a través de la ventanilla de la puerta, apartando las pequeñas y traslucidas cortinas, los pasillos estaban vacios. 

Para cuando me volví hacia él para mirarlo de nuevo el pánico estaba impreso en su rostro, las lágrimas de temor sólo causaron que sus ojos fueran más brillantes y que mi deseo por ellos se incrementara nublándome la mente; podía sentir, a cada paso que daba, el palpitar aterrado de su cuerpo que se encauzaba en sus dedos a modo de pulsaciones y le impedía moverse.

Le sujete las manos contra la espalda, amarrándoselas “Será mejor que cooperes” Le quité su corbata y le amarre los pies, observe satisfecho el amarre, parpadeé y le miré fijamente mientras caminaba hacía la silla tras el escritorio, le sonreí con amabilidad “Seguro que esto te sirve para lo que quieres saber…” el momento de silencio que acostumbro tener para con mis amigos llegó, sólo se escucha su respiración ahogada y entrecortada de temor, no esta amordazado, pero sabe que si habla, su final se acaecerá con mayor prontitud.

Es curiosa, sin duda, la relación que a veces se crea entre victimario y victima, entre el asesino y el pobre desafortunado que cayo en sus garras, subyugado por su poder. 

Me puse de pie nuevamente, las piernas me truenan como si tuviera mucho tiempo de no caminar, quizás pasó más tiempo del que pensé, posiblemente me entretuve demasiado contemplando aquellos ojos, deseando más y más aquellas orbes llorosas. 

Tragué saliva.

Le sujeté con una mano las suyas amarradas, con la otra le tomé del hombro derecho. Acerqué mi rostro a su cabello y aspiré, también lo quería.

“Disculpa mi torpeza, lo que tu querías saber era cómo se sentía matar, no la manera en como se sentía ser asesinado, vaya equivocación” Le sujeté mejor y lo aventé hacia adelante salvajemente, le azoté la cabeza contra el escritorio una y otra vez.

Sinfonía exquisita… que sonido tan más gratificante el que produce la piel abriéndose y el cráneo cuarteándose hasta romperse, el cerebro quiere escaparse de su prisión de hueso.

Lo solté cuando no pudo estar mas laxo, su espalda contra el respaldar de la silla, su cabeza sangrante colgando hacia atrás.

La sensación de ansiedad no terminaba todavía, no lo haría hasta que obtuviera lo que quería. Rodeé el escritorio con premura, abrí sin cuidado el cajón superior del lado derecho, tome otros dos objetos brillantes, unas tijeras y una cuchara. Regrese a donde mi invitado y volví a sonreírle.

“Que lastima que no seas capaz de ver lo bello que te ves en este momento… con tu permiso, tomaré tus ojos, ya no los necesitas… ¡Vamos, no seas egoísta y regálamelos!” Las tijeras las dejé reposando en el escritorio, la cuchara se hundió primero en una cuenca, sirviendo de palanca para extraer el primer ojo, corté el músculo y repetí el proceso, sonreí, los hice rodar en la palma de mis manos y reí, eran como canicas viscosas.

“Hay otra cosa que quiero de ti, siento abusar de tu gentileza y tu buena voluntad, pero me atrevo a estar seguro de que serás lo suficientemente generoso para darme algunos mechones de tu cabello, huelen bien, la loción con aroma a madera te va bien” Dejé reposando los ojos a los lados de la cuchara, sujete las tijeras ensangrentadas también, las había manchado con la sangre de mis manos y al cortar los músculos oculares que se resistían a darme aquellas como canicas blancas.

Me miré las manos antes de cortar su cabello, estaban sucias, demasiado, si tomaba sus hebras aunque fueran negras se mancharían y en lugar de oler a madera, lo harían a sangre. Me tallé las manos contra los pantalones negros y una vez más limpias, procedí a tomar ese nuevo regalo, regresé a mi sitio en la silla tras el escritorio cuando tuve varios mechones en mis manos y tomando uno pequeño, me lo metí a la boca y mastiqué.

“Olían fantástico, pero mi amigo, no te enjuagabas bien el cabello” Escupí y estirándome tome los ojos, los frote delicadamente entre mis manos, los lamí cuando los sentí secos, los use como pelotitas para hacer malabares, teniendo cuidado en no tirarlos, se echarían a perder más pronto de lo contrario.

Lancé un suspiro tranquilo y contento, tenía lo que quería, sólo quedaba esperar, lo miré nuevamente “¿Cuánto tiempo tardaran en echarte de menos?” volví a sonreírle, no podía ser grosero con quien me dio aquellos obsequios.

El sueño acudía a mí con la boca llena con los ojos del escritor, no mordí ni mastiqué en ningún momento, pero casi lo hice cuando la puerta se vino abajo, mis labios se curvaron ante la visión de los hombres armados apuntándome.

“Llegaron por ti”

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Gracias por el comentario de Mefista en la entrada de "La extracción de la piedra de la locura" Muy cierto tu comentario. Para los que lean la entrada próximamente, sería genial que entraran a ver su comentario.

1 comentario:

  1. ¡¡Me encantó!!

    Más allá de que el género del horror ya me gusta por sí mismo, el cuento te quedó realmente brillante: tiene suspenso y tiene estética, y donde alla un carnicero nocturno con hábitos antropofágicos no puede por menos de ganarse mi admiración.

    Buenísimo la verdad, a ver si escribís más cuentos de ese estilo.

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